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La Festa do Viño Albariño

Cada año se cuentan por muchos miles los aficionados al albariño que acuden a la cita, haciendo muy difícil transitar por la zona donde se encuentran las casetas en las que las bodegas ofrecen sus vinos. Es, como toda fiesta que se precie, un acto multitudinario. Y este año he visto que la media de esos consumidores era joven, entre veinte y treintañeros, todos ellos con su catavinos de cristal y bebiendo albariño pacíficamente.

Albariño, el vino de los jóvenes

Hace más de cuarenta años que viajo cada primer fin de semana de agosto hasta Cambados, capital del val pontevedrés del Salnés, para participar en la Celebración del Vino Albariño, que este año ha festejado bajo un calor realmente sofocante su sexagésimo cuarta edición.

Hay bastantes diferencias entre los vinos de entonces y los de ahora, a favor, apabulladoramente, de estos últimos. Entonces, los albariños que tanto agradaban a Cunqueiro, que los encomiaba sin reparos, eran vinos de los que uno no podía fiarse: a la vera de una botella que resultaba contener néctar de dioses había otra cuyo contenido era realmente imbebible. Vinos sin la menor regularidad, sin garantías.

Albariño, el vino de los jóvenes

Se aseveraba, entonces, y hasta no hace mucho, que el albariño era un vino "joven", entendiendo por tal que había de ser bebido en el primer año tras su cosecha; tanto, que la gente rechazaba los albariños de un par de años, sin tomar en consideración que, como aseverábamos ciertos -poquísimos-, un buen albariño mejoraba en su segundo año, haciendo honor al infalible principio de que el mejor vino es el que más dura.

Se afirmaba, asimismo, que el albariño era un vino que no viajaba, con lo que debía ser el único gallego que no podía salir de su tierra: había que tomarlo allá, y a poder ser en la provincia de Pontevedra, obviando otra regla no menos infalible: si un vino es bueno, es bueno en Cambados y en Samarkanda, en O bien Rosal y en Oregón; si no, no es tan bueno.

Hace más o menos treinta años que las cosas cambiaron. Mucho, y para bien. El despegue coincidió con el establecimiento de la deseada denominación de origen Rías Baixas, que puso orden en la atrabiliaria vitivinicultura de la zona. Desde ese momento, los albariños de las Rías Baixas son vinos que disfrutan del más alto y justo prestigio en todo el planeta.

fiesta del albariño

Todos los años se cuentan por muchos miles los apasionados al albariño que asisten a la cita, haciendo realmente difícil deambular por la zona donde se hallan las casetas en las que las bodegas ofrecen sus vinos. Es, como toda celebración que se precie, un acto tumultuario. Y este año he visto que la media de esos usuarios era joven, entre veinte y treintañeros, todos ellos con su catavinos de cristal y tomando albariño pacíficamente.

Eso me hizo meditar en que el albariño es un vino que semeja idóneo para la gente joven, sin que ello desee decir que los veteranos no sepamos disfrutarlo. Me refiero a que es un vino que, por sus peculiaridades, resulta de lo más indicado a fin de que un joven se empiece en el conocimiento del vino, cosa que, como ya se figuran, precisa de más práctica que teoría, si bien esta asimismo sea precisa.

Vinos con un punto de acidez que resalta la sensación de frescor que genera su paso por la boca. Vinos que se toman con sencillez, y que además de esto se toman fresquitos: entran realmente bien. Vinos que no resultan complejos, si bien haya quienes se empeñen en complicarlos; son vinos que desean hacerse comprender, y lo consiguen con total naturalidad.

Vinos que están presentes en todo el planeta, y que han alterado, y de qué forma. A fines del pasado siglo, la enóloga Ana Isabel Quintela y la bodeguera Soledad Bueno lanzaron al mercado un vino que había pasado 36 meses evolucionando en depósito de acero inoxidable: un bombazo, un vino muy, muy grande, a la altura de los más reputados del planeta. Un vino que dejaba obsoleta por siempre esa absurda creencia de que los albariños eran vinos para consumir en el año y en su zona de origen.

fiesta del albariño

Este año hemos catado -para mí son ya 29 años sucesivos como miembro del jurado de cata- la agregue del quince. Vinos, como prácticamente siempre y en todo momento, alegres, cantarines, amigos. Exquisitos ahora, cuando son apenas adolescentes; les recomendaré tomarlos a lo largo de todo el año próximo, Y mientras que, los futuros 'tercer año', la aristocracia del albariño, espera en el acero el instante de pasar a botella: hay que aguardar todavía por ellos. Mas la espera merece la pena.

Son los vinos del fin del planeta y, con los de Sanlúcar de Barrameda, tan diferentes, los genuinos vinos del mar; en un albariño de las Rías Baixas es considerable un puntito de salinidad, como sucede en una buena manzanilla: es lo que tiene nacer y criarse al lado del océano Atlántico: imprime carácter, si bien el vino sea de origen mediterráneo.

Se terminó la LXIV Festa do Albariño. En poquitas semanas se va a estar vendimiando la agregue del dos mil dieciseis, que cataremos en el mes de agosto del próximo año. Ojalá los dioses prosigan sonriendo al esmero de todos quienes cosechan y realizan los albariños de las Rías Baixas, vinos que, si sirviese de algo, que dudo, mismo declararía patrimonio de la humanidad: ya lo son.

 

 Descubre nuestros albariños:

Albariño La Liebre y la Tortuga

PACO & LOLA vino blanco albariño D.O. Rías Baixas

Vino Blanco Elas Albariño do Rias Baixas

Terras Gauda Albariño

Albariño Martin Codax

 

 

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